Inéditos poesía
La mala letra
A Dolors Lluy
De cuantas noches hube toledanas,
en una veraniega,
leía a Don Ramón José Simón,
entre efluvios de Pink Floyd.
Era yo, perdonadme,
un joven como buey uncido a la virtud
católica, apostólica y romana.
Ni orinar en los barrios lentos me permitía.
Aquella noche tan de bradomines,
sin que nos presentasen
conmigo me encontré.
Qué imbécil, me ofrecí
una existencia entre cesuras.
Días desperdiciados
para cualquier asunto económico,
y pacientes con versos,
prosas y pentagramas,
luces de la nocturnia
en que has permanecido
solo, y hasta feliz en ocasiones.
Signos de madurez
Acoges eufemismos
como quien almacena melanomas,
o un síndrome de Alzheimer.
A la mínima, surge alguno a flor de labios
y oculta en sociedad
el deseo por irte de alquiler a esa cama
mediante exaltaciones
del garbo y transparencia de unos ojos;
o, cual bróker, suaviza
la debacle económica que padeces de espíritu,
y que, por tal razón, buscas tus luces
entre los sucedáneos doctrinales.
Vistos en la distancia,
deberían de ser inadmisibles,
aquel, más que ninguno,
que desdibuja el trote de los años,
con su contradictoria condición tan inmóvil
y de piedad tan falta,
pues por más que lo esquives,
sé sincero, cariño,
solo encubres el nombre de tu muerte.
Y Eliot por ahí
Como una alimaña oculta
al fondo de su destino.
Hacia mí un verso rueda
igual que aquellos ramajes
cruzaban los escenarios
donde la muerte elegía
entre el criminal y el sheriff,
dark, dark, dark all is into the dark.
Y envuelto sobre mí grazna.
Los poemas que aparecen a continuación han sido publicados, por lo que no guardan su condición de no editados, sino la de huérfanos de un libro aún.
Los injertos
Como el naranjo endulza en el monte su fruto
por la influencia lunar de unos esquejes,
sobre mí, con el mismo proceso,
fluye vuestra memoria.
Custodio, intransferibles,
el sabor de unos labios, su tersura,
el desorden de un día clandestino
impreso en un tatuaje.
O esos amaneceres,
en el bus desde el after-hours
y aún con avidez de algún tugurio,
igual que si dictásemos
el libro de instrucciones
para enmienda de lunes descompuestos.
Capturo la ternura,
aquel tono de vuestras voces si dormito
en mitad de la farra,
la copa entre las manos sostenida casi,
y el rumor de los besos.
En ocasiones, ni os escucho mientras
atestiguo la paz del árbol
su maniobra de esquejes,
mi fortuna, amoldada por caricias,
inmune al desaliento y satisfecha
por su archivo de instantes
con esta invocación continua al gozo,
a tanta soledad.
Película
Aguarda igual que un niño,
el vagón sin retorno.
Veinticuatro tatuajes desde la piel invocan
un mundo con su química concorde
.
Esculpe, pues, fotógrafo
un laberinto espejo de grises y neblinas
donde la maquinaria
cualquier felicidad
cualquier daño proyecte
en su luminiscencia generoso
con esta miopía, al fulgor insensible.
Rodaje
A Lydia Rodríguez
Atención. La claqueta da de un golpe
paso al silencio. ¿Cámara? Grabando.
Expectante el micrófono. Que comience.
Secuencia de la escena.
De un bucle otro bucle se desgaja,
tiempo sobre el papel dócil a tu alboroto,
fotograma indulgente con este oficio humano.
Nos permites caricias, de tu poder seguro
en exteriores.
Tus órdenes allí rugen sin tomas falsas,
tu dirección ajena de auxiliares.
La visita
Este poema fue seleccionado para la antología El mejor poema del mundo 2018, editada por Nobel, como resultado de su participación en el Concurso Internacional de Poesía, Jovellanos.
Has dibujado espejos
en las lindes vacías de esta casa
para que nos descubran
tal como el aire encuentra sus caminos.
Tus palabras encienden
las velas con que tus mayores
junto a los míos imploraron
la vida un poco menos imposible,
unos surcos sin mulas por ese común valle fértil
en naranjos y espíritus y odio
que apenas limpia un río
cruel siempre con los tristes.
Vendrán por ti las ánimas benditas,
Pepito, si no rezas.
Vienes tú, sin embargo, a llevarte
junto con el adiós en cada beso,
el piar de los gorriones, la ceniza y su lumbre,
la ropa por la luz seca como el pasado
que frente a ti despliego
igual que quien arroja su fortuna
al capricho de un naipe y su pericia
para que continúes
tal vez unos instantes
imantada por ese anecdotario
deforme y familiar en las leyendas.
No tengo dios ninguno
a quien rogar con cruces ni oraciones
que algún día regreses.
Igual que por los limos, los pájaros exploran
cuando ya no amenazan las mareas,
así yo en la quietud, leeré en los espejos,
sin ti ahora tan miopes,
por si quedase alguna risa,
cualquier gesto inconsciente de cariño,
ocultos tras las fotos o bajo los jarrones
que te devolvería
con un correo sin remite.
Una protección frágil
contra la certidumbre de tu ausencia
y mi falta de fe tan absoluta
en cualquier suerte y en todas las deidades.